La Espada Azul
Observaba entretenido al caballero que con ahínco había recorrido mil leguas para entrevistarse con él. En los últimos años muchos llegaban a su castillo con la promesa de servirlo, pero él sabía que realmente buscaban engrandecerse.
–¿A qué has venido? – indagó con su voz chillona carente de vida.
– Quiero ayudarlo, mi rey.
“Mi rey” pensó regodeándose por aquella palabra que empalagaba sus oídos. Intentó dibujar una sonrisa, pero su rostro reveló una mueca extraña que se desvaneció inmediatamente. Sabía que la oscuridad había devorado gran parte de su humanidad al querer llegar más lejos que cualquier hombre.
Observó el fondo del gran salón donde la Sombra se ocultaba al asecho de su presa y dio la señal. El ritual de iniciación había comenzado.
En pocos segundos, la luz del lugar desapareció y la Sombra se levantó sobre el guerrero. La bruma espesa extendió sus manos etéreas de puntiagudas garras para rasgar la tierna carne de su víctima.
La posesión sería rápida.
El aullido ensordecedor que emitió el demonio hizo retroceder al rey. El guerrero, ahora de pie, había desenfundado su espada de llamas azules y atacado sin miramientos. Enrollaba con pericia la maléfica criatura con el filo ardiente de su arma. En vano fue la lucha de la Sombra con el joven. Los destellos azules lo estrujaba hasta desmenuzarlo completamente. Lo había capturado.
Jadeando por el esfuerzo y mientras las gotas de sudor descendía por el rostro, el caballero consiguió aprisionarla en la piedra cristalina de su pomo.
– ¡TÚ! – exclamó el rey al reconocerlo, pero al destruir parte de su esencia, el viejo se derrumbó sin poder respirar.
– Perdóname padre, pero quiero lo que me pertenece por derecho – dijo con voz gruesa. Se levantó con su espada en alto llamando a su prisionero. La Sombra apareció ante él danzando con su cuerpo etéreo. – Y tú ahora me obedecerás porque yo soy tu amo.
Todos los derechos reservados. Obra protegida por derechos de autor. 2021. Fernanda Maradei